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El segundo viaje de Rebeca en la Stella Maris nacerá marcado por la fatalidad. En su incierta aventura rumbo al planeta nueve, el más lejano del sistema solar, los nautas de la nave espacial tendrán que enfrentarse a terribles desafíos. Nadie estará preparado para unas situaciones que los superarán totalmente, ni siquiera el inflexible Bligh, el nuevo capitán.

En esta aventura nos dirigiremos hacia un agujero negro. No hay objeto más peligroso en todo el espacio. Hablo de la bestia cósmica más escalofriante, enigmática y misteriosa del Universo conocido. Tal es su violencia que no hay nada comparable, a excepción del Gran Estallido del que todo nació. Es impredecible, es extremadamente denso, es imparable y devora todo lo que se le pone por delante...

Creedme cuando os digo que el agujero negro no es un tema menor, pues en él suceden los fenómenos más extraños. Es un objeto misterioso, así como terriblemente brutal; algo parecido a un abismo cósmico imparable que destruye todo cuanto cae en su proximidad. La mayoría de las veces no podemos verlos, y solo los descubres cuando están ahí, encima de ti, pero entonces… entonces ya es demasiado tarde.

Más allá del agujero de gusano hay un objeto que brilla en la noche del espacio con inusitada soberbia. Al otro lado del portal cósmico, existe un cuásar que todo lo rige y todo lo ordena. Ese odioso monstruo tiene algo malicioso e inquietante, pues bajo su luz oscura e inhumana, un nauta decente podría llegar a cometer las más terribles atrocidades, ya que hay algo perverso en él que empuja al mal.

Todos los nautas que viajan en el tiempo rumbo al pasado profundo saben que llega el momento en el que, de un modo inevitable, aparece un muro casi impenetrable, una gran barrera a partir de la cual no es fácil ni seguro continuar.

Sí, hay un principio del tiempo, un descomunal cataclismo de magnitud insuperable que llamamos Big Bang.